Cuando hablamos de una pandemia nos vienen a la cabeza imágenes de siglos ya pasados, donde la Peste, el Tifus o el Cólera mermaban con virulencia una población muy vulnerable por la inexistencia de medicamentos. Los avances médicos han erradicado, al menos en el primer mundo, este tipo de plaga de enfermedades a gran escala que acababa con altos porcentajes de la población. Pero esto no quiere decir que las pandemias se hayan erradicado. Y la última e invisible que comienza a golpear a cada vez más porcentaje de la población son los trastornos de ansiedad.

Ansiedad, de mecanismo de reacción a enfermedad mental

Cuando hablamos de ansiedad asociamos directamente el término a trastorno de ansiedad cuando no es lo correcto. La ansiedad como tal es un mecanismo de defensa del organismo. Es una respuesta de nuestro cuerpo ante estímulos externos o internos que nuestro cerebro percibe como amenazantes o peligrosos. A esta ansiedad le acompaña una respuesta física del cuerpo, que se pone en tensión y se prepara para combatir eso que nuestro cerebro ha percibido como amenazante. En nuestro día a día utilizamos la ansiedad, por ejemplo, para lidiar de manera exitosa con situaciones de estrés sin venirnos abajo. Esto es lo que se conoce científicamente como ansiedad adaptativa o no patológica y el mecanismo que esta activa se conoce habitualmente como lucha o huida.

El problema que conocemos como trastorno de ansiedad puede devenir de dos respuestas atípicas de este mecanismo de defensa. La primera sería que esta respuesta fuera desproporcionada, demasiado intensa con respecto al nivel de amenaza. Por ejemplo, que nuestro cuerpo reaccione ante algo relativamente amenazante, como pueda ser una reunión de trabajo, como si fuera algo seriamente amenazante, que pusiera en peligro nuestra vida.

La otra respuesta atípica que se puede dar es que nuestro organismo perciba como amenazantes cosas que no deberían serlo, y así cree unos estímulos imaginarios o inexistentes ante los que el cuerpo reacciona. Cuando cualquier estimulo externo es potencial causante de ansiedad, porque nuestro cerebro lo considera así, la ansiedad pasa de mecanismo de reacción a trastorno, que puede llegar a ser muy serio incluso incapacitante para llevar una vida normal. Y es que imagina que cualquier estímulo aleatorio pudiera provocarte respiración agitada, sudoración o mareos. Pues algo así les pasa a las personas que padecen trastorno de ansiedad.

Los números de la ansiedad en España

Según un estudio que presentó el año pasado la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, uno de cada tres pacientes que acude al médico de cabecera en España presenta síntomas derivados del estrés, el mayoritario la ansiedad. De hecho, la ansiedad se ha situado como el problema de salud mental que más citan los españoles, costando alrededor de un 2% al PIB anual. Los trastornos de ansiedad son una de las mayores causas de absentismo laboral, siendo responsables directo de aproximadamente el 10% de las bajas, unas cifras muy superiores a la media europea donde se situaría en un 3%. La última Encuesta Nacional de Salud colocaba los trastornos de ansiedad como el sexto problema de salud más recurrente, y el primero en cuanto a padecimientos no físicos.

El Ministerio de Sanidad no ha presentado estudios concretos sobre el aumento de los casos de ansiedad en los últimos años, pero si lo hace sobre el consumo de fármacos, del que se puede extraer la conclusión de que los trastornos de ansiedad y estrés están disparados. Y es que en los últimos años se ha detectado un aumento del 57% en el consumo de ansiolíticos, esto es, pastillas para lidiar con la ansiedad. Estas cifras no solo hablan de un aumento en el número de personas que padecen ansiedad, si no que son un problema por si mismo ya que el consumo de estos medicamentos está alcanzando niveles que pueden ser un riesgo para la salud por sí mismos. La FEPE, Federación de empresarios farmacéuticos, publicó a principios de este año un estudio que reafirma este problema: los ansiolíticos son los medicamentos más vendidos en las farmacias de España.

Y es que el uso prolongado e indiscriminado de ansiolíticos puede tener efectos nocivos. Los ansiolíticos son depresores del sistema nervioso central, como el alcohol, y su ingesta continuada puede provocar los mismos efectos que la de bebidas espitosas: pérdida de memoria, disminución de la atención, síndrome de abstinencia, aumento de la tolerancia y por lo tanto de la dosis necesaria y finalmente dependencia.

Pero ¿de dónde viene este consumo? Evidentemente un ansiolítico no es un medicamento que pueda comprarse sin receta. El enorme consumo de ansiolíticos pone sobre la mesa uno de los principales problemas de la sanidad pública de nuestro país, y es los bajos recursos destinados a la salud mental. Cuando se acude al médico de cabecera con cuadros de ansiedad acaba recetando pastillas antes de derivar a unos especialistas que o no existen o están saturados.

Psicología y seguridad social en España

El consumo de ansiolíticos es una salida fácil, un atajo, a recibir sesiones de tratamiento psicológico con las que conseguir erradicar el problema de raíz, y no solo paliar superficialmente sus efectos. El problema es que el acceso a ese tratamiento psicológico en nuestro país es o difícil o directamente de pago.

Y es que la falta de psicólogos en la sanidad pública española es sangrante. Es estima que en España hay 4 especialistas por cada 100.000 habitantes, unas cifras a todas luces insuficientes, un dato que escandaliza aún más cuando se compara con la media europea, que está en 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes.

De hecho, el Defensor del Pueblo inició una actuación de oficio junto al Ministerio de Sanidad para saber si la oferta de atención psicológica en la sanidad pública se ajusta a la demanda de la misma. Las listas de espera varían según la CCAA, pero son habituales las quejas de tener que esperar al menos un mes para la primera consulta, la media en Madrid es por ejemplo de 200 días, e incluso meses entre sesión y sesión.

Al final el recurso al que acuden los que pueden permitírselo es acudir a un psicólogo privado. Pero sus precios pueden llegar a ser prohibitivos para una economía que empieza a despegar post crisis, entre 60-120 euros por sesión de una hora. Acudir durante una temporada a una sesión semanal puede costar una media de 400 euros al mes, algo que no todas las economías pueden permitirse. Y sin acceso a psicólogos en la pública, ni posibilidad de pagar sesiones privadas, la única salida que queda es la medicación, algo que es parche, nunca solución y que como hemos explicado anteriormente, puede derivar a problemas mayores.

Desde Más que Seguro consideramos que la sanidad pública debería cubrir las necesidades en cuanto a tratamiento psicológico de la población. Estamos concienciados con la importancia de la salud mental, por eso nuestros seguros incluyen hasta 20 sesiones de psicología clínica al año.